El ideal es una forma luminosa, pero también una sombra alargada. Esta serie fotográfica no busca representar ideales, sino preguntarse de dónde vienen, qué cuerpos los han cargado, qué imágenes los han sostenido o destruido.

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En ese trayecto, el color rojo no es un adorno ni un símbolo cerrado: es el rastro visible de un proceso invisible. El rojo une, atraviesa y desgarra las imágenes. Es sangre, sí, pero también deseo, castigo, mandato, resplandor. Es el color que señala, que expone, que estigmatiza y que embellece. Es lo que brilla y lo que duele.

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La genealogía no es nostalgia. Es excavación. Esta serie excava en la historia del ideal:
El rojo aquí no armoniza, sino que insiste. Es el residuo que no se deja borrar.

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Cada imagen es un fragmento de esa historia, una pequeña escena donde el ideal aparece y se descompone. No hay conclusión, ni redención: sólo una pregunta persistente sobre cómo hemos aprendido a ver, a desear y a perseguir lo inalcanzable.